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Al hablar de la polinización de las plantas como un bien común, se plantea el interrogante de si podría ser de otra manera. (…) Si nos creemos que la polinización es un fenómeno natural comparable, por ejemplo, a las leyes de la gravitación universal o que los principios electrobioquímicos que regulan la miriada de interacciones neuronales son autónomas y no reprogramables, entonces podemos estar muy equivocados. Las nuevas tecnologías pueden alterar, directa o indirectamente, el sistema de orientación de las abejas o el funcionamiento del cerebro humano, al extremo de que lleguemos a considerar que está en peligro un bien que creíamos inagotable o inapropiable, como está pasando con el aire, las matemáticas, las calles o el folclore. Hay, en efecto, una profunda relación entre nuevas tecnologías y nuevos patrimonios, pues todos los días aparecen nuevas posibilidades de cercar o de abusar de un bien que sólo comenzamos a valorar cuando empieza a estar amenazado.Si una empresa puede usar los mares o la atmósfera para echar la basura que produce y ahorrase los costes de una producción no contaminante o alguien descubre la manera de modificar los genes de alguna especie y patentar nuevas formas de vida, la humanidad en su conjunto tiene el derecho a sentirse amenazada y a reclamar la condición de procomún para el aire que respiramos y el genoma que la bioquímica, el tiempo y el azar nos han legado. Las comunidades que crean y son creadas por los nuevos procomunes son entonces comunidades de afectados que se movilizan para no renunciar a las capacidades que permitían a sus integrantes el pleno ejercicio de su condición de ciudadanos o, incluso, de seres vivos.
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